El miedo: enemigo, brújula y maestro

¿Alguna vez sentiste que tu corazón corrió antes que tus pies? Ese latido que se adelanta a tu mente como si supiera algo que vos todavía no entendés. Eso es miedo. Ese guardián invisible que aparece en la puerta de cada cambio importante.

El miedo tiene mil nombres: prudencia, ansiedad, “no es el momento”, “cuando mejore”, “cuando tenga más dinero”. Le ponemos máscaras para hacerlo más amable, pero en el fondo, casi siempre, es la misma fuerza que nos ata a lo conocido y nos aleja de lo que queremos.

Dos caras del miedo

  • El miedo biológico: es instinto puro. El freno de mano que nos salvó como especie durante millones de años.

  • El miedo imaginario: no protege del presente, sino de un futuro inventado. No evita un peligro real, sino el movimiento. Y el movimiento es vida.

Lo curioso es que miedo y excitación se sienten igual en el cuerpo: palpitaciones, manos sudorosas, respiración acelerada. La diferencia está en la historia que contamos sobre esas sensaciones.

El disfraz elegante del miedo

De chicos tenía forma de monstruo bajo la cama. De adultos aprendió a usar traje y argumentos razonables: “sé prudente”, “no es el momento”, “tené metas más realistas”. Se volvió sofisticado y lo confundimos con sabiduría.

Pero hay una prueba simple:

  • Si después de decidir sentís alivio con expansión → era prudencia.

  • Si sentís alivio con encogimiento → era miedo.

El cuerpo no miente.

El miedo en tu vida

  • Relaciones: miedo a amar, a perder, a mostrarte vulnerable.

  • Decisiones: miedo a equivocarte, a cerrar puertas, a fracasar… y también al éxito.

  • Sentimientos: miedo a la tristeza, a la ira, a la soledad, incluso a la alegría intensa.

Lo que más temés, casi siempre, se parece a lo que más valorás. Si temés el rechazo, valorás la pertenencia. Si temés el fracaso, valorás el impacto. Si temés el éxito, valorás la libertad.

El miedo como maestro

El miedo no siempre es un ladrón. A veces es un mapa. Marca la frontera exacta donde empieza tu crecimiento. No vino para destruirte, vino para preguntarte:
¿Estás lista?

Si tu respuesta es excusas, te estampa “Posponer”.
Si tu respuesta es conciencia y acción, cambia el sello a “Pasá”.

Cómo usar al miedo a tu favor

  • Nombralo: el miedo pierde poder cuando deja el anonimato.

  • Preguntate: ¿me protege de un daño real o de un cambio?

  • Entrená al cuerpo: pequeñas victorias generan evidencia interna de que sí podés.

  • Cambiá la narrativa: no es “no soy bueno en esto”, es “estoy aprendiendo a”.

El miedo no se va a ir: es parte de vos. Pero no tiene que manejar tu vida. Vos decidís si es un capitán o un copiloto.

 

 El miedo no es una muralla, es una frontera. Y en esa frontera empieza tu vida más grande.

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 ¿Qué vas a hacer hoy que te dé un poco de miedo pero te acerque mucho a lo que querés?

 

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