La Esperanza

Hay noches en las que el silencio pesa más que cualquier palabra. No porque esté vacío, sino porque dentro laten preguntas que no me animo a decir. Y, aun así, debajo de ese peso algo sigue ardiendo. Es pequeño, casi invisible, pero está: le digo esperanza.

La esperanza no es optimismo. El optimismo quiere pruebas, estadísticas, garantías. La esperanza, en cambio, es presencia. Una mano que te acompaña en la oscuridad sin preguntar la hora. No es ingenua ni evita la grieta: la ve, la toca, y aun así decide quedarse. No promete finales perfectos; promete compañía en el camino.

El fuego que no se apaga

Hubo días en los que me escondí tras pantallas y tareas inútiles para no escuchar el ruido del miedo. Y cada vez que yo huía, la esperanza permanecía. No me gritaba, no me perseguía. Solo permanecía, como una brasa que no se apaga aunque cambie el viento. Como ese punto de luz detrás de una cortina cuando la ciudad duerme.

Con el tiempo entendí que no vive solo en la cabeza: se habita con el cuerpo. Se enciende en la respiración. Inhalo, y me doy cuenta de que el aire entra aunque yo me crea menos. Exhalo, y entiendo que puedo soltar. La esperanza es un acto físico: es hacer espacio.

No promesas, sino permisos

También me enojé con ella. Le dije: “¿Cómo vas a quedarte si yo ya me despedí de todo?”. Y entonces comprendí: no es una orden, es un permiso. Me susurra: podés volver a intentar, podés fracasar sin volverte fracaso, podés llorar sin transformarte en tristeza. No me promete barcos: me da costillas.

A menudo se disfraza de lo pequeño: el olor a café, un mensaje inesperado, un rayo de sol dibujando un rectángulo tibio en el piso. No da discursos, hace señales. Y cuando el dolor aprieta, no compite: no dice “no duele”. Se sienta conmigo a hacer guardia. Y en esa paciencia nace una fuerza rara, silenciosa, que no necesita testigos.

Un eje, no un placebo

Me prometí no ilusionarme para no caer. Usé el escepticismo de escudo, y por un tiempo me protegió… pero el escudo pesa. La esperanza, en cambio, es liviana: no fuerza puertas, espera en el umbral. No es placebo: es un eje.

Cuando estoy por decidir por miedo, se acerca y pregunta: “¿Es lo que deseás… o lo que te dicta el miedo?”. Esa pregunta duele, pero ordena. Es un péndulo que me enseña a volver al centro. Me devuelve cuando respiro mejor, cuando acepto que hoy no puedo con todo y que mañana no tiene que parecerse a hoy.

Acción, no espera vacía

Eso sí: mal entendida, la esperanza se convierte en espera vacía. No es quedarse mirando un punto fijo; es caminar con ella al lado. La verdadera esperanza pide participación. Te da la mano, pero también te pone de pie. Te empuja a ordenar un cuarto, mandar un correo, decir “no” cuando toca. No te salva de tu historia: te devuelve el lápiz.

Por eso es músculo: se entrena. Con cada gesto, con cada paso aunque no tengas ganas. No siempre vas a estar motivado, pero si te detenés y respirás, vas a sentir su eco. Y con ese eco alcanza para dar el primer paso.

La ternura como llave

La ternura abre la puerta. Cuando me digo: “lo estás intentando”, el miedo afloja sus tornillos y la esperanza entra. No hay magia: hay elecciones pequeñas. Si aparece el “no vas a poder”, lo atiendo como a un vendedor en la puerta: “Gracias, hoy no”. Si me comparo, imagino ese pensamiento en un tren y lo dejo pasar.

La esperanza también sabe decir “no”: a lo que drena, a lo que brilla vacío, a moldes que me quiebran. Ese “no” no es orgullo, es cuidado. Guarda brasas para un fuego que aún no encendí.

Oficio paciente

Es un oficio, como la música: se aprende torpemente. Un día, de tanto intentar, aparece un acorde. Luego otro. La música no surge por magia, sino porque te quedaste lo suficiente para escuchar.

Yo me quedé. No siempre, pero incluso en mis días de fuga, una esquina de mí seguía diciendo: “Mañana puede ser distinto”. Ese “distinto” es la rendija por donde entra el aire.

Una palabra preciosa

El lenguaje importa. “Siempre” y “nunca” son celdas. “Hoy” abre. Y hay una palabra preciosa: todavía.
No puedo… todavía.
No llegó… todavía.
Esa sola palabra devuelve aire.

No necesito ver toda la escalera para subir un escalón. La esperanza me toma del codo: “Uno. Ahora otro”. Y así. Avanzamos sin épicas, paso a paso.

El arte de permanecer

La ilusión no es esperanza. La ilusión es globo que se va; la esperanza, cuerda que te conecta con lo que todavía no ves. Es paciencia activa: no espera que todo se resuelva solo. Pone la mesa aunque haya nubes. Prepara el jardín porque sabe que el sol volverá.

Tener esperanza no significa no caer; significa no mudarte al piso. Después del golpe, es la voz que pregunta: “¿Y si lo intentamos de otra forma?”. Y esa sola pregunta ya te levanta la mirada.

En días grises no te pide correr, te pide presencia. Beber agua. Abrir la ventana. Cinco minutos de aire. Esos actos te recuerdan: “Sigo acá”. Y cuando estás acá, el futuro tiene a quién llegar.

 

 

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